Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 26 de junio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola
Número y páginas del Diario de Sesiones: 10, 257-261
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

Pensaba, Sres. Diputados, haber tomado una parte más activa en este debate, dirigiendo varias veces la palabra a la Cámara; pero como la primera vez que lo hice fue tan a disgusto del partido conservador? (Rumores en la minoría conservadora); fue, repito, tan a disgusto del partido conservador, que apenas si pude concluir mi discurso por sus frecuentes interrupciones, me propuse, yo que no quiero disgustar al partido conservador, y que aunque él se empeñe en reñir conmigo, no quiero yo reñir con él, me propuse no volver a molestar al Congreso sino lo menos posible, y entonces encargué a mis dignos compañeros que contestaran a los diferentes Diputados que fueran tomando parte en el debate, hasta que deberes ineludibles de cortesía, o las costumbres parlamentarias, a las que no se puede faltar, me obligaran ineludiblemente a intervenir de nuevo en la discusión. Pero comprenderán los Sres. Diputados que a las últimas palabras del Sr. Cassola no puedo menos de contestar, y no llevará, por tanto, a mal el partido conservador que conteste, esperando yo que ahora, como siempre que intervenga en este debate se me oiga con aquella calma y en aquel silencia con que yo he oído a todos los Sres. Diputados que han ido sucediéndose en la discusión, a pesar de que alardeando de defender al Parlamento y de hacer la causa del Parlamento, ofendido en la personalidad del Sr. Martos, se hayan inferido agravios bastante mayores a muchos Sres. Diputados, que valen como Diputados cada cual tanto como el Sr. Martos, y todos juntos más que el Sr. Martos. Dispense, pues, el partido conservador si hago uso de la palabra, aunque sea por breves momentos, para protestar contra las últimas pronunciadas por el Sr. Cassola.

Yo le pregunto al Sr. Cassola: ¿qué motivos hay para esos peligros? Aquí estamos ante las Cortes; y todo lo que el Gobierno haga con las Cortes y con la Corona, ¿cree S.S. que puede dar lugar a peligros? ¿Por dónde pueden venir esos peligros? (El Sr. Cassola: Porque puede hacerse algo ilegalmente). ¿Cómo habla S.S. en el templo de las leyes de que pueda ser ilegal lo que haga el Gobierno con las Cortes y con la Corona? (El Sr. Cassola: Es que legalmente puede hacerse mal). ¡Ah! legalmente. Pues si es legalmente, todo el mundo está en la obligación de respetar y de defender lo que legalmente se haga; y el que no proceda así, es un faccioso y un rebelde. (Muy bien). ¿Qué palabras son esas de un general del ejército español? Aquí no puede haber peligros más que para los que se salgan de la ley (El Sr. Cassola pide la palabra) y para los que, despreciando al Parlamento o abusando de la Corona, puedan hacerse merecedores de semejante cosa. Pero repito que el que eso haga será un rebelde y un traidor, y como traidor y como rebelde será tratado por el Gobierno. (Muy bien, muy bien). ¿Qué es eso? ¿Qué peligros son esos que vienen por todas partes? ¿Quién conspira para que esos peligros lleguen un día a ser una realidad? ¿Lo sabe el señor Cassola? Pues si lo sabe, está en el deber de decírselo al Gobierno. ¿No lo sabe S.S.? Pues no lo debe decir, y mucho menos en el templo de las leyes. (Muy bien).

¡Ah, peligros! Yo no los espero; porque en cuanto a la opinión pública, está S.S. muy equivocado; a pesar de las excitaciones que a la opinión pública se hacen, la opinión pública permanece tranquila, dando en esto un ejemplo de moderación que nos envidian otros países (Muy bien); y en cuanto al ejército, no hay que hablar.

Y en cuanto al ejército, no hay que hablar; el ejército español cumplirá con su deber, como brazo que es de la ley en un país civilizado, y no hay oficial del ejército español que falte a su deber y que quiera echar sobre un país la mancha de salvajismo que traería consigo un acto semejante. (Aprobación).

No hablemos, pues, de eso; yo me limito a protestar otra vez, con toda la energía de que soy capaz, de las palabras con que ha concluido su discurso el señor general Cassola.

Pero ya que estoy de pie, he de contestar a algunas de las cosas singularísimas que ha dicho S.S., y por cierto con una inoportunidad incomprensible, porque S.S. se ha referido a cosas que ya pasaron y que ya se discutieron hasta la saciedad. ¿A qué S.S., con motivo de esta lucha que ha surgido aquí por una proposición de ley para subir o bajar los aranceles, viene a reproducir otra vez esas cuestiones ya pasadas?

Que S.S. está disgustado con el Gobierno porque desde que salió del Ministerio se le perseguía por todas partes, y la policía iba siempre detrás de S.S. Me acuerdo que de eso me habló S.S. estando yo ausente de Madrid, y me pareció la cosa tan rara y extraordinaria, que me faltó tiempo para escribir acerca de ello al encargado entonces de la Presidencia, al Ministro de la Gobernación, y después que me persuadí de que eso no era exacto y de que nadie se acordaba de S.S. para seguirle a ninguna parte, yo me decía: pero ¿por qué creerá el señor general Cassola que por todas partes le persigue la policía, y que el Gobierno se ocupa de él en la idea de que podría hacer algo, cuando el Gobierno no se acordaba de su nombre más que para tenerle la estimación que merecía? No; el Gobierno no ha dudado de S.S., y aunque pudiera dudar en cuanto a su actitud respecto del Ministerio, que tampoco dudaba entonces, porque para eso era preciso que dudara de otras cosas de las cuales yo no he dudado nunca, haciendo justicia a su señoría; el Gobierno, digo, no dudó ni se ocupó de S.S. en ese sentido, y me extraña que S.S. así lo creyese, porque yo, cuando he dejado el Ministerio, nunca he creído que los Ministerios que me han sucedido me estuvieran vigilando. (El Sr. Cassola: No lo he creído, lo he visto).

Señores Diputados, de lo único de que yo me enteré es de que al pasar el Sr. Cassola por una estación de ferrocarril se presentó un comisario de policía (Risas) a ver si se le ofrecía algo, que es lo mismo [257] que hacen esos funcionarios con todos los personajes importantes, y mucho más si acaban de ser Ministros, como S.S. acababa de serlo. De modo que un acto de deferencia lo tomaba S.S. como un acto de vigilancia y persecución.

Que este Gobierno no ha hecho nada en cuanto a reformas militares, y que yo he ayudado poco a su señoría para la realización de las mismas. ¡Qué injusto señoría es S.S.! Yo tengo para mí que la mayor parte de lo que ahora me está sucediendo me ocurre precisamente por haber apoyado a S.S., ante todo y sobre todo en la cuestión de las reformas militares (Aprobación); porque lo atrasado que tengo el cumplimiento de mis compromisos depende precisamente del apoyo decidido que presté a los proyectos de S.S., hasta el punto de que pospuse todos los demás a las reformas militares, y de que estaban ya sobre la mesa, todos los dejé para después de las reformas militares, y sabido es que hemos pasado tres legislaturas discutiendo estas reformas. ¿Qué más quería S.S. que hiciera? (Aprobación). ¡Cuántos cargos y cuántos ataques se nos han hecho por eso! No me faltaba más que no sólo no me lo agradezca S.S., sino que todavía me combata, en la idea de que no le he ayudado, siendo así que le he ayudado más que a nadie.

Voy a terminar muy pronto; me resta que decir pocas palabras.

Pero S.S., incomodado conmigo porque no he defendido bastante las reformas militares, se va al lado de aquellos que las han combatido con mayor rigor, de aquellos que han atacado sin piedad a S.S., de aquellos que consideraban como una calamidad para el ejército y una desgracia para el país las reformas militares de S.S. Al lado de esos se va, y se separa de mí que, al fin y al cabo, he sacado adelante las reformas militares; al lado de esos que, así como S.S. nos ha amenazado esta tarde con grandes peligros por la conducta del Gobierno, nos amenazaban entonces por las reformas militares de S.S. (Muy bien).

El Sr. Cassola, dando explicaciones de por qué a pesar de seguir perteneciendo al partido liberal ha mudado de sitio, cosa que no me parece muy a propósito para no variar de política, dice que este Gobierno, tal como está constituido, no puede llevar adelante las reformas, y mucho menos el sufragio universal, que, según S.S. cree, no ha de salir de esta Cámara, porque a pesar de que parece que el Gobierno ha hecho transacciones en muchas cosas, no las quiere hacer en esta cuestión, y sin transacciones no saldrá de esta Cámara el sufragio universal.

A mí no se me ocurre respecto de esto más que decir algo sencillísimo a S.S.: pregúntele S.S. eso al Sr. Martos. El Sr. Martos es el que ha influido grandemente, como debía influir, en la fórmula adoptada para el sufragio universal; con el Sr. Martos se ha entendido el Gobierno para esa cuestión, y con el señor Martos se quería entender también para la discusión del sufragio universal; y lo estaríamos discutiendo, si no hubiera ocurrido el acto de la abstención del Sr. Martos; y de haberse esto realizado, es seguro que si a estas horas no estaba fuera de aquí ese proyecto, andaría muy cerca de estarlo. Por mi parte no puedo hacer más que pedir a S.S. una cosa. Ahora que S.S. y el Sr. Martos son tan aplaudidos y están tan agasajados por el partido conservador, que antes los combatía y atacaba tanto; ahora que S.S. y el señor Martos se pasan el tiempo abrazando a sus comunes adversarios y a los que han sido siempre enemigos suyos? (El Sr. Cassola: Yo no me abrazo con nadie). Ya abrazarán a S.S. esta tarde los conservadores. (Risas). Ahora que SS. SS. tienen tanta, tan grande y no sé si tan merecida influencia con el partido conservador, yo voy a hacer una petición al Sr. Cassola y al Sr. Martos; al Sr. Cassola, porque parece que está sintiendo que no se apruebe aquí el proyecto de ley de sufragio universal; y al Sr. Martos, porque debe sentir más que nadie que no salga.

Ahora que tienen SS. SS. esa influencia con el partido conservador, yo les pido que la aprovechen para pedir a los conservadores que nos dejen catorce o quince días de debate para el sufragio universal; porque con buena voluntad, en esos catorce días votaremos el sufragio universal? (Muy bien, muy bien. -El Sr. Cánovas del Castillo: Pídaselo también S.S. a los republicanos, enemigos de la Reina. -El Sr. Martos: No basta pedírselo al Sr. Cánovas, sino que tiene que ayudar en mucho el Sr. Sagasta). Pues yo estoy dispuesto a ayudar tanto, que pido a S.S. intervenga para suavizar las asperezas que oponen el partido conservador y el Sr. Cánovas.

En cuanto al partido republicano, no sé si tiene más gusto o más deseo de que sea ley el sufragio que el que tenemos los liberales y el que tiene el Sr. Martos; pero en último resultado, eso se lo puede preguntar el Sr. Cánovas al Sr. Martos, puesto que lo tiene tan cerca.

Después de todo, yo no tengo nada que ver con que los republicanos quieran o dejen de querer el sufragio universal; yo creo que el sufragio es una necesidad de la política española, y que es conveniente para todos y para todo; tengo bastante más confianza que el Sr. Cánovas del Castillo en las instituciones que nos rigen, y no abrigo miedo ninguno en entregarlas al sufragio universal, porque sé que en lugar de debilitarlas ha de fortalecerlas. (Aprobación. -El Sr. Cánovas del Castillo: Tanta confianza, que las entrega a los republicanos). Los republicanos tienen también la libertad; y sin embargo, la libertad es hoy la savia de las instituciones que nos rigen. (El Sr. Cánovas del Castillo: Aquí se trata de la Monarquía, no de la libertad). Pero si el sufragio universal fuera tan peligroso a la Monarquía, S.S. cometió una gravísima falta cuando creyendo que había peligro, permitió que las primeras elecciones, al volver la dinastía de Don Alfonso XII, se hicieran pro sufragio universal? (El Sr. Cánovas del Castillo: ¡Si no he dicho nada de eso! -Fuertes rumores. -En medio de ello, el [258] Sr. Pidal pronuncia palabras que la mayoría acoge con protestas).

Señores Diputados, de cualquier modo, ésta es una cuestión a ventilar cuando se discuta el sufragio universal; y puesto que tenéis tanta prisa de debatirlo y demostrar el peligro que va a traer para las altas instituciones, vamos a discutirlo cuanto antes y estaremos de lleno en la cuestión.

El Sr. Cassola afirma que no ha habido conjura y yo de eso me alegro mucho. ¿Es que no existe eso que creíamos nosotros una conjura, un grupo o una nueva agrupación política? Pues mejor; ¡una perturbación menos en la política! (Aprobación). Pero, francamente, al oír hablar a otros oradores, creíamos que había habido conjura y conjurados, y que existía un grupo intermedio que tenía la pretensión de formar partido, que demostraba la impaciencia de presentarse ya como un gran partido, y que incurría, me parece a mí, en la candidez de anunciar desastres y perturbaciones si en seguida no se le entregaba el poder. ¿No es así? ¿No hay conjura ni conjurados? Pues tanto mejor para el Parlamento y para la política española. (El Sr. Romero Robledo: Pero ¿quién ha dicho eso?). Pero el Sr. Cassola supone que todo esto que venimos discutiendo no ha provenido de la conjura ni de los trabajos secretos y públicos; que todo esto no es más que obra del deseo del Gobierno de echar al Sr. Martos de la Presidencia del Congreso. ¡No me faltaba oír más que eso! Porque es imposible haber hecho más esfuerzos que los que yo he hecho para que el Sr. Martos no abandonara la Presidencia; porque las cosas que yo he hecho para conseguirlo, no son siquiera para dichas.

Tenía yo la esperanza de que estas Cortes concluyeran su vida legal, como espero que la concluirán, pero con la misma Presidencia con que empezaron; mas las cosas se han presentado de otra manera. Y no quiero hablar de conjura, no quiero hablar de nada de los trabajos anteriores al acto de la abstención del Presidente de la Cámara; me basta con ese acto; porque claro es, Sres. Diputados, que el Presidente del Congreso, como decía ayer el Sr. Martos, no es un esclavo ni un instrumento de tiranía; en todo caso, el Presidente de la Cámara no es más que un instrumento de imparcialidad y de justicia. Pero si bien es verdad que los Presidentes de las Cámaras no son instrumentos de tiranía ni esclavos de nadie, tampoco los Gobiernos ni las mayorías pueden ser instrumentos, y mucho menos juguete de los Presidentes. Las mayorías no tienen derecho nunca a que sus Presidentes adopten sus rumbos, sigan sus corrientes, voten lo que ellas votan, sobre todo cuando las mayorías pueden adoptar rumbos, pueden seguir corrientes y pueden aceptar ideas que estén en contradicción con las corrientes, con las ideas y con los rumbos que sigan los Presidentes.

A nadie se le puede obligar a torcer de esta manera su conciencia; pero cuando las mayorías siguen los rumbos que los Presidentes en sus consejos y en sus discursos les han recomendado; cuando las mayorías siguen los rumbos que los Presidentes las marcan; cuando las mayorías sostienen, defienden y votan las ideas que han sostenido, defendido y votado los Presidentes, entonces las mayorías tienen el derecho de que los Presidentes en esas cuestiones no las abandonen, porque abandonándolas después de haber seguido el consejo de los Presidentes, se pueden las mayorías considerar sorprendidas y engañadas. (Aprobación).

Eso no lo pueden hacer los Presidentes; porque ¿qué diría la mayoría si yo, después de aconsejarle que proclamase ciertas ideas, después de aconsejarle que siguiera ciertas corrientes, después de marcarle ciertos rumbos, cuando la mayoría hubiera sostenido, defendido y votado todo eso que yo le había aconsejado, la dejara abandonada? ¿Qué diría entonces la mayoría, del Presidente del Consejo de Ministros? Diría que la había sorprendido, que la había engañado, que la había traicionado. (Muy bien). Eso no se puede hacer, Sres. Diputados, más que volviendo el rostro a ciertos sentimientos, a los cuales no es posible que se vuelva el rostro impunemente. Desde ese momento, desde que el Presidente del Congreso hizo que, en mi opinión, no podía ni debía hacer, dados estos antecedentes, desde aquel momento, claro está que yo no deseaba, ni el Gobierno podía desear que continuara en la Presidencia el Sr. Martos. Pero antes lo deseaba tanto, no digo yo como el propio Sr. Martos, que sólo podía desearlo como un honor, pero no bajo el punto de vista del interés personal que de ello le redundase, yo lo deseaba mucho más que pudiera desearlo el Sr. Martos y que pudiera desearlo nadie.

Decía el Sr. Cassola que por qué no había consultado al Sr. Martos, al Sr. Gamazo y a S.S. antes de adoptar las resoluciones que ahora se discuten.

Al Sr. Martos no le consulté porque no ejercía ya influencia sobre él; mis consejos habían sido desoídos y había seguido los de nuestros comunes adversarios, y no quise exponerme a que hiciera lo mismo con los consejos posteriores que yo le pudiera dar. Y a los Sres. Cassola y Gamazo no les consulté por una cuestión de delicadeza; porque les vi comprometidos en una proposición que para mí era de todo punto inaceptable.

Yo creía que no podía hablar de estos asuntos al Sr. Cassola ni al Sr. Gamazo, conociendo como conozco su delicadeza e hidalguía, y consideraba inútil hablar con ellos mientras esa cuestión en que tenían comprometida su firma no se resolviera de uno o de otro modo. De manera que la consideración que yo he tenido la delicadeza y a las buenas condiciones que reconozco en SS. SS., me las echa ahora en cara el Sr. Cassola como falta de mi parte. Yo he hecho todo lo que he podido para que las pasiones se aquietaran; pero no era posible aquietarlas, porque el partido conservador, con mal acuerdo, y yo se lo demostraré en este mismo debate, había tomado una parte muy activa, fomentando esta disidencia que parecía surgir en el partido liberal; con mal acuerdo, digo, porque eso es una mala política para los partidos serios, que no sólo deben inclinarse a evitar las disidencias que en su seno surjan, sino que deben procurar impedir también las que surjan en el seno de los partidos gubernamentales y serios; porque estos partidos son las firmes columnas sobre que se sustentan las instituciones, y cuanto más robustas sean estas columnas, mejor asentadas y cimentadas están las instituciones.

Con mal acuerdo, el partido conservador, pretextando agravios que no le ha inferido el partido liberal? (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Y las piedras?). [259]

¡Ah, Sr. Cánovas del Castillo! Eso no lo hizo el partido liberal; de eso no tiene la culpa el partido libera ni el Gobierno de S. M.; pero ¿ve S.S. lo que sucede? Su señoría tiene al lado al Sr. Martos, y cada palabra que pronuncia es una flecha dirigida al señor Martos. (Aprobación. -El Sr. Cánovas del Castillo: Pero ¿cree S.S. que formamos un partido el Sr. Martos y yo, como S.S. con el Sr. Castelar? -Fuertes rumores y protestas. -El Sr. Ministro de Fomento y los Sres. Cánovas del Castillo y Sánchez Bedoya pronuncian palabras que no se entienden).

Señor Cánovas del Castillo, S.S. ha dicho que formábamos un partido con el Sr. Castelar, y su señoría nos ha calumniado a sabiendas (Muy bien, muy bien), porque entre el Sr. Castelar y nosotros hay un abismo en lo que se refiere a la forma de gobierno; y si alguna vez ha aparecido unido con nosotros, como pudiera aparecer unido con vosotros, será única y exclusivamente por el patriotismo que nadie puede negar en el Sr. Castelar.

Nunca os hemos inferido agravio ninguno; hemos guardado al partido conservador más consideraciones y más deferencias que guardó éste al partido liberal. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¡Jamás! ¡Ninguna!). ¿Pues no veis que os contáis ahí 80? ¿Cuándo ha habido partido de oposición que cuente ese número? (Protestas y reclamaciones. -El Sr. Cánovas pronuncia palabras que no se oyen por los fuertes rumores que hay).

Pero ¿es que os irrita que diga que el partido liberal y yo os hemos tenido muchas consideraciones? (Rumores. -El Sr. Romero Robledo: Ya consta que el Gobierno trae Diputados? -Continúan los rumores).

¿No es verdad que el partido liberal ha guardado tantas consideraciones y ha tratado tan cariñosamente al partido conservador, que hasta se ha hecho creer que el partido liberal vivía de la gracia y de la misericordia de partido conservador? ¿No es verdad que esto mismo ha hecho creer al vulgo, porque sólo el vulgo puede creer semejante disparate, que nosotros estábamos aquí, es decir, el partido liberal, gracias al pacto secreto del Pardo? (El Sr. Cánovas del Castillo: Que S.S. sabe que es falso). Claro está que es falso; y yo me había adelantado a S.S. en decir esto mismo: que no lo había creído más que el vulgo; y ha de hacerme el favor S.S. de suponer que yo no le incluía entre el vulgo; porque la verdad es que todas estas cosas que se han dicho y se han creído, se han dicho y se han creído por el vulgo, por las consideraciones guardadas? (El Sr. Cánovas del Castillo: No, por nuestra generosidad y benevolencia).

Pues bien, Sr. Cánovas, no se irrite S.S.; esté tan tranquilo como estoy yo? (El Sr. Cánovas del Castillo: Estoy más tranquilo todavía). Porque he dicho que no quería molestar al partido conservador. (El Sr. Cánovas del Castillo: No nos molesta). Comprendo que es verdad que el partido conservador ha tenido benevolencias con el partido liberal; pero confiese S.S. que esas benevolencias han sido recíprocas. (El Sr. Cánovas del Castillo: No confieso eso).

De todas maneras, y para que se reconozcan mis buenos propósitos, como veo un poco nerviosos a los conservadores, concluyo por ahora, y discutiré con ellos este punto cuando estén más tranquilos. (El señor Cánovas del Castillo: No; ahora). Entonces espero convencerle de que de parte del partido liberal no ha habido nada que pueda agraviar al partido conservador, porque aquello que ha recordado el Sr. Cánovas, y por lo que el partido conservador podía agraviarse, no es obra del partido liberal, ni de los que nos sentamos en este banco ni de los que se sentaron antes.

Su señoría y el partido conservador vienen molestos con el partido liberal después de cierta declaración hecha el último verano, declaración que alejaba al partido conservador del Poder. (El Sr. Cánovas del Castillo: No es exacto). Yo se lo demostraré a S.S. (El Sr. Cánovas del Castillo: Hubiera cumplido S.S. con su deber cuando llegué a Madrid, y no hubiera pasado nada).

Tampoco quiero ahora hablar de ese asunto; que no está bien que S.S. convierta un asunto personal en cuestión de interés general, y haga a su partido víctima de lo que apareció dirigido contra su persona, y mucho menos al partido liberal, instrumento de aquello en que no tuvo nada que ver sino para evitarlo, sin que lo pudiera lograr, como no se han evitado en otros países, contra personas tan importantes como S.S., manifestaciones mucho más ruidosas y mucho más graves que las que a S.S. hicieron, y contra las que S.S. se cree inviolable e invulnerable. Todos los hombres políticos estamos expuestos a esos percances, aquí y en todas partes. (El Sr. Cánovas del Castillo: Siendo yo Gobierno, nadie). Está S.S. equivocado; porque entonces no hay Gobierno ni en Alemania, ni en Inglaterra, ni en Bélgica, ni en ningún país del mundo, ni hay Gobierno en España sino cuando S.S. se sienta en este banco. (Risas).

Pero en fin, estáis muy nerviosos, y no quiero continuar; ya discutiremos esta cuestión en el curso del debate, pero cuando estéis más tranquilos; porque repito que aunque queráis reñir conmigo, yo no quiero reñir con vosotros, no por vosotros, que no lo merecéis? (El Sr. Cánovas del Castillo: Yo sostengo opinión contraria a la de S.S.). ¿Lo ve S.S.? Pues aún así, no riño con SS. SS., y no porque no lo merezcan; porque después de todo, el partido conservador es un amigo difícil y soberbio y muy dado a las dificultades. Se empeña siempre en tener razón, y cuando no la tiene se empeña en que se la den aunque no la tenga, que es lo que no puede hacer el partido liberal ni puedo hacer yo; y porque no tiene razón o no se la dan, se incomoda, se irrita, apela a medios de violencia, no reconoce nada, y lo tira todo por la ventana [260]. Pues estoy dispuesto, antes que a irritar al partido conservador, a darle la razón aunque no la tenga. Y con esto he concluido. (Bien, muy bien). [261]



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